#CONOZCAMOS A CONCHA PASAMAR
Concha (Martínez) Pasamar, profesora de Lengua española en la Universidad de Navarra. Trabajadora y estudiante incansable, dibujante; en los últimos años ha reconducido esta práctica hacia la ilustración, donde se ha formado en distintos cursos y talleres con profesionales de esta disciplina o de literatura infantil y juvenil. Prensa, música son algunas de las áreas en las que también ha colaborado con su trabajo.
Ha impartido a su vez diversos talleres y seminarios en torno a la relación entre la imagen y la palabra. Sus ilustraciones han sido publicadas en libros infantiles propios y por encargo. En la actualidad ocupa su tiempo como ilustradora en proyectos de álbum y poesía.
Entrevista: @Urdimbrediciones
Fotografías: Concha Pasamar
Te descubrimos por “9 lunas (poemas para esperarte)” libro editado por Litera Libros (2019), donde tus minimalistas ilustraciones acompañan los versos de Mar Benegas. En tu blog, cuentas que te enfrentaste a los poemas de Mar primero como lectora y luego como ilustradora. Que tu creación parte desde la emoción que estas nanas te provocaron, pero al mismo tiempo, tiene mucho de tu imaginario personal, ¿Hubo algún poema que te haya costado más representar?
Con este libro sucedió que tuve la inmensa suerte de que Juan Romero, editor de Litera Libros, me diera completa libertad para este trabajo, y la idea de separar los poemas de Mar de las ilustraciones daba mayor cabida a elementos que no estuvieran necesariamente contenidos en los aquellos, lo que no quiere decir que no exista vínculo entre texto e imagen, sino que este puede ser más personal, menos evidente al lector. Tal vez el reto fuera, más que la dificultad en la representación de un poema, el logro de una idea de espera y tiempo espaciado, o la levísima conexión entre las páginas que contienen los poemas y las que sigues, e incorporan la ilustración. También es mérito de la maquetación, de la posibilidad de no escatimar en papel, en vacío, esa sensación de lento despliegue temporal. La verdad es que es un libro especialísimo.
¿Cómo comenzó tu carrera como ilustradora? ¿Cuáles han sido tus referentes en el mundo de la ilustración? ¿Hay otras dimensiones artísticas que inspiren tu proceso creativo?
Lo cierto es que el inicio de esta actividad fue bastante inesperado, pero al mismo tiempo, siento paradójicamente que responde a un cauce natural. He comentado alguna vez que en 1997 ilustré una novelita infantil un poco por casualidad. La editorial con la que había publicado un libro de ejercicios de español como lengua extranjera –que acompañábamos de algunas viñetas– tenía una línea infantil y me dio esta oportunidad, pero no pude seguir trabajando con ellos porque debía dedicar mucho tiempo a mi actividad universitaria. Mi marido me animó bastante más tarde, hacia 2012, a volver a dibujar y pintar como vía de desconexión del trabajo y actividad manual. Al poco comencé a inclinarme por la ilustración, imagino que porque la comunicación de contenidos me interesa en distintas vertientes, aunque había olvidado totalmente haber hecho aquel trabajo (quienes me conocen saben que puedo despistarme hasta ese punto). Hice varios cursos en línea con Marián Lario y comencé a subir algunos dibujos e ilustraciones personales a Facebook; por esa vía surgieron algunas colaboraciones en fanzines y las primeras publicaciones editoriales. Considero que debo mucho de este primer empuje a lo virtual, tanto en lo que se refiere a la formación como a las oportunidades de trabajar para otros.
En cuanto a los referentes en la ilustración, he de confesar –y hay testigos– de que me acerqué a este ámbito con muy pocos conocimientos previos, solo con el ánimo de disfrutar creando algo, así que inicialmente, no tenía referentes concretos, aunque el arte siempre me ha gustado y siempre digo que mis primeros libros ilustrados fueron los de pintura que había por casa y que me encantaban. De hecho, mis recuerdos literarios más remotos son de tradición oral; los libros y cuentos –no siempre muy ilustrados– vinieron más tarde. En estos últimos seis años, en que, poco a poco he ampliado mi actividad como ilustradora, por supuesto, sí que he conocido y me he interesado por la obra de muchos profesionales de la ilustración, de estilos muy diferentes, pero pueden ser referentes en cuestiones muy diversas. Me explico: algunos pueden serlo formalmente, otros conceptualmente, pero también personalmente o en el modo en que enfocan su propia trayectoria en la ilustración. Por eso, ahora podría decir que son tantos que me resulta imposible dar nombres. He tenido la suerte de hacer algunos talleres presenciales con grandes profesionales que admiro, como Pablo Auladell, Simone Rea, Iratxe López de Munáin, Noemí Villamuza, Chiara Carrer, Marco Somá, Anna Castagnoli o Julia Wauters…
Y sí, claro, creo que resulta inevitable y que es bueno beber de otras fuentes artísticas: todo aquello que nos ha ido conformando va dejando un poso que aflora en nuestro trabajo y lo nutre. La pintura, el cine, la música, la fotografía o la literatura son fuentes de inspiración, unas veces de manera consciente, pero creo que también de manera inconsciente por diversas vías.
En tu álbum “Cuando mamá llevaba trenzas” editado por Bookolia, 2018. Libro premiado por la Fundación Cuatro Gatos en su edición 2019; que se gestó en un curso de Marián Lario (2015). En él fuiste volcando a través de doce escenas, el tiempo y las ganas de perpetuar los recuerdos incrustados, de lo que fuimos, somos, los que otros serán. Esa identidad que se va conformando en toda infancia. ¿Cuál fue el criterio para escoger dentro de los muchos objetos que podían simbolizar el acceso hacia un pasado, la caja de recuerdos? ¿Cómo fuiste definiendo el ritmo entre las páginas que marcan el presente y las otras que evocan nostalgia y memoria?
Imagino que el puente hacia el pasado podría haber partido de cualquier otro estímulo: el sabor de una receta familiar, un juguete, una fotografía… La elección procede de una costumbre muy mía de niña: me encantaba dar con esos tesoros del pasado que encerraba un cajón, un armario, un baúl… Pero recuerdo perfectamente que mi madre me entregó una caja de dulces un poquito grande para que pudiera guardar mis cosas. En realidad, nada especial: algunos cromos, tres pegatinas, entradas de cine, las poquísimas fotos que podía tener, recordatorios de las comuniones de mis amigas, algunas notas que nos pasábamos en clase… Todo eso lo conservo aún en esa caja de latón.
En cuanto a la escisión y distribución del presente y el pasado, se dio de una manera natural. Para mí el núcleo de lo que deseaba transmitir se encontraba en el pasado; se trataba de encontrar algo que desencadenara ese viaje retrospectivo que yo quería trasladar a los más pequeños de la familia y me pareció natural partir de una situación que para mí era también familiar (esa búsqueda de “tesoros” en la casa) y cerrar también con un presente que mira hacia el futuro, acentuando la idea de continuidad y de reiteración de los ciclos en la familia, a pesar de los cambios. Esa diferencia temporal también se marca cromáticamente.
¿De dónde surgió el criterio para otorgar a la textura de la vestimenta –a veces de la niña y otras de la abuela– como un elemento conductor dentro del relato? ¿Cómo se fue dando la elección de colores planos para ilustrar los fondos de las doble páginas? ¿Tienes alguna escena que te haya sido más desafiante de ilustrar?
Tardé en precisar el estilo y técnica del álbum, porque me preocupaba un poco que el resultado resultara un poco “tierno” o cursi. Finalmente, quedó en parte de la técnica que había empleado en las primeras pruebas (dibujo a tinta); el aire retro podían darlo algunos estampados y texturas, que en esas primeras pruebas había empleado para el papel pintado tan de los setenta. Pero una vez introducida la textura, resulta más coherente que forme parte del estilo del álbum, y uno de los elementos que las incorporasen podría ser la vestimenta, precisamente. En todo este proceso conté con la guía de Marián Lario, que me animó a probar con una mayor saturación de algunos tonos (partía de una paleta algo más neutra) y a jugar con la presencia y ausencia de contornos. Creo que los fondos planos permiten centrar la atención en las acciones de los personajes, y favorecen, por su abstracción, la identificación de los lectores, que pueden conectar con sus propios escenarios. En cuanto a las escenas, tal vez el mayor reto fue mantener un recuerdo que yo quería a toda costa que apareciese, porque es uno de los más vivos y a la vez uno de los que contrastan más con las experiencias de los niños de hoy, que no han visto una matanza, algo que ya ni siquiera se vive en nuestras sociedades rurales. Se trataba de pensar cómo contar sin herir ciertas sensibilidades, sin mostrar del todo, de una manera sutil y sugerente, pero al mismo tiempo, clara. En aquel momento no pensaba en publicación, pero debo agradecer a la editorial que esa escena pudiera mantenerse.
¿Existe algún cuento favorito que te contaban de niña? ¿Qué personaje de la literatura infantil y juvenil le tienes especial cariño y por qué?
Supongo que como hablé muy precozmente, tengo también recuerdos bastante remotos de los cuentos que me contaban, sobre todo mi madre, que era una narradora excelente, y mi abuela. De entre los clásicos, recuerdo especialmente La casita de chocolate (no que lo llamaran Hansel y Gretel; de hecho, en mi libro de los hermanos Grimm aparecían como Juan y Margarita), y Caperucita (“llevo un queso, y un pastel, y una jarrita de miel”), pero mi abuela, que debía de tener una paciencia infinita, me contaba relatos bíblicos o fragmentos de la historia de España, o la historia legendaria del brujo de Bargota, una de mis preferidas. Creo que me resultaría muy difícil elegir un personaje, la verdad… De entre los cuentos clásicos, recuerdo que la pastora de los gansos era de mis preferidos de muy niña, pero luego ha habido muchísimos inolvidables: George, de los Cinco o, sobre todo, Pippi Calzaslargas, ambas por el espíritu aventurero y transgresor, pero también Tom y Huckleberry, Jim Hawkins, Jo March, Miguel Strogoff… Siempre he disfrutado y disfruto aún mucho de la literatura de aventuras; una parte de mi yo lector es, en ese sentido, muy básico: la literatura como evasión y viaje.
En tu reciente libro “La cometa de los sueños”, editado en español e inglés por la editorial Cuento de Luz, donde tus ilustraciones acompañan los textos escritos por Pilar López Ávila y Paula Merlán. Es un relato que habla del derecho de soñar en infancias diversas, muchas veces marcadas por la adversidad. ¿Cómo te enfrentaste al texto y cómo fue el proceso creativo para plasmar en la cometa –hilo conductor del libro– distintos colores y formas? Cada uno de los escenarios y protagonistas de cada sueño están dotados de una gran fuerza expresiva. ¿Cómo fuiste dando con el trazo para dar con el realismo de cada rostro y cómo fuiste experimentando con la técnica para lograrlo?
Las autoras de este libro me contactaron cuando era un proyecto con vocación solidaria; ni siquiera todos los textos estaban aún listos. Ellas me propusieron realizar dos ilustraciones para presentar el libro a alguna editorial. Elegí Portugal y la Amazonia, y lo cierto es que no me detuve demasiado a pensar: en el primer caso no empleé ninguna referencia, pero sí lo hice para el niño yanonami, que iba en segundo lugar, y me pareció que podría ser interesante alternar dobles páginas completas con ilustraciones en las impares que penetrasen en las pares mediante algún elemento. Tenía claro que dibujaría a lápiz y mi intención primera fue colorear digitalmente, pero al comenzar con la selva, vi que me llevaría un tiempo que no tenía, así que me animé a las acuarelas; luego las maticé con lápices de color e incluso con rotuladores muy finos. Pensé que tal vez eran demasiado realistas y que siempre podrían encontrar otro ilustrador, pero en Cuento de Luz les gustó la combinación de texto e imagen, de manera que a partir de ahí seguí en la misma línea. La diversidad de colores ya estaba en esas dos primeras, y pensé que, en lugar de buscar una paleta común, podría ser interesante mantener el tono realista y representar cada escenario con sus protagonistas, pero enlazando las diferentes páginas también cromáticamente. Este libro me ha llevado a documentarme mucho, sobre los entornos, los fenotipos, la indumentaria… Pero también he evitado la copia, en el sentido de que cada ilustración o personaje se basa en información que me han proporcionado diferentes imágenes, pero responde al mismo tiempo a fotografías muy diversas o a mi propia imaginación. En cuanto a la cometa, sucede algo parecido: si no se describía en los textos, he buscado diferentes modelos para construir las mías. Me pareció interesante mostrar las diferentes escenas de una manera realista, de acuerdo con el objetivo que se planteaba el libro, que no era otro que el de, desde el placer de la lectura, mostrar la infancia en su diversidad, la que generan las diferencias culturales, sociales, paisajísticas o económicas.
¿Cuando un libro se cuenta puede generar diversas reacciones en los oyentes, ¿Hay alguna experiencia que te haya emocionado o sorprendido con alguno de tus libros?
Creo que he sido muy afortunada con los proyectos editoriales en que he participado: son libros que conectan con la sensibilidad de los lectores y creo que en todas las presentaciones con público ha habido su parte de emoción: en Arrecife, de Patricia García Sánchez, la música y la fantasía del texto ponían chispas en los rostros infantiles; en los encuentros para adultos, con 13326 o 9 Lunas, también se produjo una conexión grande con el público, por diferentes motivos; en La cometa de los sueños, fue emocionante la participación de niños y adultos, que también se permiten soñar con un mundo mejor y participan de la actividad, pero tal vez las experiencias más especiales para mí hayan sido los encuentros en torno a Cuando mamá llevaba trenzas, por ese revivir su infancia de los adultos y la sorpresa de los pequeños ante esa misma implicación, o por la presencia en varios de esos encuentros de personas que estuvieron presentes en esa misma infancia que relato: mis amigas del colegio, mi familia, mis maestras… Y en aquellas ocasiones en que hemos podido contar con música en directo -a menudo gracias a mi hijo y sus amigos- la predisposición a adentrarnos en la obra sin duda aumenta y crea una atmósfera especial.
“Voz y Letra de Mujer. Universos discursivos femeninos. (siglos XVI-XIX)”, exposición inaugurada en el mes de marzo en la Biblioteca de Navarra (Pamplona) donde junto a otras profesionales, fuiste una de las curadoras. ¿Nos puedes contar de dónde nace la idea de esta exposición y en qué consiste? ¿Cómo fue el trabajo de curatoría para seleccionar cada una de las ilustraciones? ¿De dónde surgió el criterio para retratar, por medio de dibujos a tinta, las palabras e imágenes de la mujer, con sus emociones y su discurso de esa época?
Esta exposición es especial porque en ella han confluido directamente mis dos ocupaciones. Parte de mi actividad universitaria consiste en investigar, y el último proyecto en que he estado trabajando se ocupa, desde la Historia social y la Lingüística variacionista, de analizar el papel y el discurso femeninos entre los siglos XVI y XIX a partir de documentación contenida en varios archivos navarros. Dentro de este proyecto, yo he revisado algunas estructuras de intensificación en correspondencia del XVIII de mano femenina, y al llegar el inktober 2019, un reto internacional que consiste en hacer una tinta diaria durante el mes de octubre, pensé en algo libero: copiar a tinta mujeres representadas en relación con el hábito epistolar (leyendo, escribiendo, sellando cartas). Acababa de acudir a un congreso en el que había recurrido a fragmentos de pinturas para “adornar” el power point de mi comunicación, así que me dije que la próxima vez podría contar con mis propios dibujos. Viendo que en octubre el tema de las escribientes femeninas había generado interés en las redes sociales, a mi colega Cristina Tabernero se le ocurrió que podríamos hacer una exposición con carácter divulgativo, sobre todo pensando en nuestros alumnos de Filología y de Historia (el proyecto tiene ambas vertientes). A partir de ahí nos pusimos a pensar en cómo desarrollarlo, e incluimos también, además de la palabra escrita que recogen las cartas que se conservan en los litigios por ruptura de promesa de matrimonio –que tenía valor legal–, la voz de algunas mujeres que se contenía en otro tipo de procesos, los de injurias (todos ellos cribados en primer lugar por nuestro compañero historiador, Jesús Mari Usunáriz). Decidimos emplear imágenes de mi inktober/tintubre para una selección de 9 cartas y yo me comprometí a ilustrar el mismo número de escenas de disputas en que se habían dado las injurias. La primera fuente fue, por supuesto, la propia documentación: lo que recogen los procesos, en especial las declaraciones de las litigantes y los testigos sobre lo que había pasado en cada caso, pero tuve, además, que buscar información sobre objetos, ropa, calzado y tocados en un periodo más amplio. A medida que íbamos avanzando, se nos ocurrió que podría tener algún alcance mayor, y contactamos con la Biblioteca de Navarra, que acogió con entusiasmo el proyecto. Se presentó en una jornada en torno al día de la mujer, con la presencia de Ana Soto, la directora de la Biblioteca Nacional, y muchos amigos, pero, lamentablemente, no se pudo visitar más allá de una semana debido a la crisis del coronavirus. Sin embargo, tanto las imágenes como los textos que las acompañan están accesibles en una web que se preparó para que el público pudiera ampliar información a través de códigos QR. Disfruté mucho poniendo rostro y gesto a estas mujeres corrientes cuyas palabras se han podido conservar gracias a que se vieron implicadas en diferentes demandas.
Descolgándonos del título “Voz y Letra de Mujer” ¿Qué autora, editora o artista sigues particularmente?
Siempre me resulta complicado seleccionar, porque mi naturaleza es dispersa y sigo el trabajo de muchas personas; a veces no tan profundamente como desearía, porque me interesan también ámbitos muy diferentes.
Muchas de las especialistas que leo por mi trabajo son mujeres, colegas y amigas. También sigo a músicas, ilustradoras o pintoras, claro, sean o no profesionales, a menudo a través de las redes. Lo mismo en el caso de las escritoras y editoras, haya o no trabajado con ellas. Como autoras para adultos, me gustan mucho las estadounidenses Joyce Carol Oates o Marilynne Robinson, o en un género muy diferente, la francesa Fred Vargas; en lengua española últimamente he leído a María José Ferrada, Paloma Díaz Mas o Claudia Piñeiro, y acabo de comenzar El infinito en un junco, de Irene Vallejo.
Comenzamos este #conozcamos llevando semanas confinados en casa, un tiempo suspendido en donde cada quien lo ha vivido de manera diferente. Desde jornadas de teletrabajo, reflexiones de resistencia y acciones para reinventarse. ¿Cómo has tenido que adaptar tu rutina para lograr plasmar un dibujo diario? ¿Qué has leído o dónde has encontrado inspiración para seguir creando? ¿Cuáles han sido esas maneras favoritas de leer que te han acompañado desde niña –donde especialmente ahora– haz vuelto abstraerte de ese afuera que a ratos desconcierta?
Lo cierto es que el teletrabajo ha ocupado muchas horas –y lo sigue haciendo– y aunque pensé que podría dedicar tiempo a escribir o dibujar, me ha costado mucho concentrarme. Comencé un diario dibujado, pero lo he ido haciendo solo esporádicamente (solo unos 18 días); si no hubiera tenido compromisos, creo que habría dibujado menos, pero tenía que completar la cubierta de mi próximo álbum, y también unas ilustraciones para la revista cultural Nuestro Tiempo: eso me ha forzado a crear, y he agradecido el empujón. Pero durante la mayor parte del tiempo me he refugiado más en la lectura. Varias personas me han dicho que les costaba concentrarse; a mí me sucede lo contrario: cuando estoy especialmente inquieta, leer me ayuda a serenarme, a desconectar de las preocupaciones sobre las que no puedo actuar. Teniendo en cuenta que también he tenido mucho trabajo, he leído bastante: En Dusseldorf no hay ni puede haber leones (Nacho Abad), El elogio de la sombra (Tanikazi), Atravesé las Bardenas (Eduardo Gil Bera), Tiene que ser aquí (Maggie O’Farrell), La sirena y la señora Hancock (Imogen Hermes Gowar), La apariencia de las cosas (Elizabeth Brundage), El alma de las flores (Kaneko Misuzu) y Los que no perdonan (Alan Le May). Además, he releído unos capítulos de Bomarzo (Mújica Lainez), y varios álbumes ilustrados que me han llegado en cuanto mi librería habitual ha podido entregármelos. Como se ve, aunque hay ensayo y poesía, la mayor parte es narrativa; ya he dicho algo más arriba que disfruto desde niña con la novela, y siempre vuelvo a ella, más aún si necesito “salir” de lo que me rodea.
¿Tienes alguna novedad o próximos proyectos que quieras compartir con nuestros lectores/as?
En otoño saldrá mi próximo álbum ilustrado como autora integral con bookolia, que es también algo muy personal, y ya he comenzado las ilustraciones para otro libro muy especial con la misma editorial y texto de una autora que admiro muchísimo. También hay un par de proyectos en procesos de evaluación y ando escribiendo algo que aún no sé muy bien qué es ni en qué acabará. Querría emprender un nuevo álbum, tengo algunas ideas, pero necesito tiempo para centrarme, porque siempre hay algo que corre más prisa y voy postergándolo…
Por último, nosotras entendemos lo diverso como todo aquello que nos parece distinto a nuestra realidad y entorno. ¿Cómo lo entiendes tú?
Yo entiendo que la diversidad no es solo lo ajeno, lo externo o lo diferente a nosotros: estoy convencida de que la diversidad forma parte de cada persona, que nuestra naturaleza e identidad es múltiple y cambiante, y que es bueno que sea así. Lo que nos constituye es diverso y variable, y nos mostramos y manifestamos también diversamente. Considero, pues, lo diverso como riqueza, en el otro, y también en una misma.