#CONOZCAMOS A MARIANA ALCÁNTARA
Mi nombre es Mariana Alcántara. Soy curiosa y colecciono postales. Cuando viajo a una ciudad lejana me gusta usar el correo tradicional para enviar palabras que atraviesan el tiempo.
Encuentro historias casi en cualquier parte. Normalmente empiezo escribiendo una frase y luego hago muchos dibujos para contarlas, en pliegos sueltos porque me gusta sentirme libre. Algunas historias tienen suerte y aparecen en libros. Muchas otras permanecen en mi libreta y otras las digo en secreto.
Con cada proyecto que hago aprendo y adquiero gustos distintos, por eso me gusta el béisbol, pensar en el futuro, los peces, las aves, las plantas, los venados, los insectos, la lluvia, los ojos, la anatomía, el lenguaje de señas y la ciencia.
Me gusta observar mis manos y pensar en todo lo que pueden crear.
Entrevista: @Urdimbrediciones
Imágenes: @Mariana Alcántara
Estudiaste diseño industrial y luego te especializaste en ilustración. ¿Hubo un hecho particular en ese camino formativo que te haya llevado a querer ilustrar libros infantiles?
Mi tesis de licenciatura fue un proyecto colaborativo. Dos amigos y yo diseñamos una familia de muebles infantiles. Esta experiencia fue la razón de mi cambio de rumbo, porque en cada parte del proceso encontré una señal que me llevó al país de la infancia. Un lugar del que yo me había despedido muy mal, con esas ansias de ser adulto que nos entran a cierta edad. Y digo mal, porque guardé en una caja no solo los libros que había querido mucho, sino también fragmentos de mi personalidad que pueden usarse a cualquier edad: la curiosidad, el asombro, el juego, el dibujo y la magia.
Tres recuerdos cambiaron mi destino durante este proyecto: El primero de ellos ocurrió cuando terminamos de construir los prototipos de los muebles. Teníamos varias hipótesis sobre qué harían los niños con nuestros muebles en un ambiente escolar, porque estábamos creando propuestas distintas a lo convencional. Como era muy complicado conseguir una escuela que nos prestara sus instalaciones, decidimos transformar la oficina en donde trabajábamos en un salón de clases nivel preescolar. Lo que sucedió es tema para otra entrevista pero lo importante es que para ambientar este espacio, recordé el jardín de niños donde mi mamá era maestra. Allí pasé muchas tardes después de la escuela, yo tenía como tenía 8 o 9 años y me gustaba sobre todo leer cuentos en voz alta para los niños y niñas.
El segundo recuerdo llegó con la biblioteca móvil, un librero con ruedas que diseñamos para leer en cualquier parte de la escuela. Nuestro asesor de tesis Jorge Vadillo, nos leyó un libro como lo hacía con su hija pequeña. Ahí estábamos Adri, Hugo y yo, tres universitarios a punto de graduarse, sentados en el piso tocando los círculos amarillos de Un libro de Hervé Tullet y luego riéndonos con Chester de Mélanie Watt. Esta experiencia me hizo conectar de nuevo con la magia de escuchar cuentos. Sentí un latido que hace tiempo había enterrado junto con mis libros de infancia, que hasta entonces permanecían guardados en una caja en la bodega.
Y el tercer recuerdo me llegó una madrugada cuando estaba trabajando en la computadora. Buscaba referencias de portadas de libros para mostrar cómo se usaba la biblioteca móvil. Encontré la página web de Isol. Me acordé de mi caja de libros, sabía muy bien dónde encontrarla. Le quité el polvo, acariciándola. Busqué mi ejemplar de El regalo sorpresa y luego leí un libro tras otro. Esa noche supe que quería ser ilustradora.
¿Tienes algún recuerdo de la primera lectura que escuchaste en voz alta o del primer libro que descubriste como lectora? ¿Crees que esa primera lectura determinó la relación que hoy tienes con los libros? ¿Y por qué?
He sido afortunada, en las diversas etapas de mi vida, de estar rodeada de libros. Todos y cada uno de ellos, definen cuánto los quiero. No podría elegir sólo el primero.
Crecí leyendo los libros del Fondo de Cultura Económica. Cuando tenía entre 7 y 11 años, mis padres y yo íbamos a la librería el fin de semana. Era un momento en el que me sentía mayor porque iba solita al área infantil, mientras ellos iban a ver sus propios libros. Me pasaba la tarde devorando un libro tras otro. Era un espacio con cojines en el piso donde se podía leer muy a gusto. Al final del día, comentábamos qué hallazgos habíamos encontrado. Yo seleccionaba dos o tres para que mi mamá escogiera uno para llevarme a casa, aunque yo llevaba en mi cabeza al menos ocho libros más.
Recuerdo también la portada de un libro de cuentos con una manzana mordida sobre una mesa. Es una imagen que me causaba muchas preguntas. Cuando leí el cuento no me gustó, pero recuerdo lo magnética que era.
Me gustaban los libros para construir cosas. Desde entonces disfruto mucho pintar, construir y coser, yo era una niña muy activa que siempre estaba haciendo algo.
Recuerdo con gran cariño las novelas de Roald Dahl, sobre todo El gran gigante bonachón o Danny y el campeón del mundo. Creo que fue gracias a este autor que me hice lectora.
Pero creo que mi libro favorito de todos los tiempos es Matías y el pastel de fresas de José Palomo. Porque es una historia sobre dormir, o más bien, sobre no dormir y despertar con hambre a mitad de la noche. Y encontrarse a un monstruo que te persigue en otra realidad. Mi parte favorita es cuando Matías se esconde detrás de un árbol y luego descubre que es la pata de un ave enorme. Es el libro más leído de mi biblioteca, porque es silente y he descubierto diferentes maneras de leerlo a lo largo de mi vida.
¿Qué historias dirías que son las que siempre te encuentran y cómo las vas plasmando sobre la hoja en blanco? ¿De qué otros referentes artísticos te nutres?
Me atrapan las historias sobre encuentros entre animales y humanos o plantas. En general sobre la naturaleza, sobre insectos. También me gustan las historias de cosas muy pequeñitas que solo se pueden ver al poner atención.
A veces me llegan cuando estoy medio dormida, en ese punto donde sigo un poco despierta. Sin prender la luz empiezo a escribirlas. Pero esto me ha pasado menos veces de las que me gustaría. También me he encontrado varias historias cuando estoy teniendo conversaciones emocionantes con mis personas favoritas.
Cuando estoy escasa de ideas, me gusta buscar en lugares donde he sido muy feliz, haciendo actividades que disfruto: como la alberca, los jardines, la lluvia. Cuando me emociono con algún recuerdo es cuando la historia me encuentra, en este momento empiezo anotando ideas en mi libreta y cuando veo que es un proyecto más grande, destino una libreta exclusiva para la historia, donde voy anotando todas las ideas subsecuentes.
Yo pienso que todo puede ser un referente artístico, si se mira con curiosidad, creo que este es mi superpoder. Me gusta mucho explorar las ciudades caminando: observar las sombras, los bichitos, los charcos de agua y sus reflejos, las plantas y los árboles. También me gusta visitar los mercados de comida o de plantas, los tianguis de chácharas o antigüedades, las librerías de viejo, los objetos.
Me gusta la fotografía, leer novelas, la danza, el cine, la pintura y sobre todo la poesía.
Tanto en “La voz ciega”, ( FCE, 2022) –donde sus ilustraciones fueron seleccionadas por el Nami Island International Picture Book Illustration Concours– y en “La máquina de sorpresas” (Cyes Editores, 2015) –seleccionado en The White Ravens 2019– son obras en donde eres autora e ilustradora. ¿Cómo ha sido desarrollar el trabajo plástico a partir de tu propia escritura?
El proceso de La voz ciega fue muy diferente al de La máquina de sorpresas porque ha pasado el tiempo y he aprendido mucho. En La máquina de sorpresas fue un proceso natural, muy ingenuo. Es un libro que quiero mucho porque desborda toda la emoción de cambiar el rumbo de mi vida y lo hice con esa habilidad que tengo de aventarme a crear algo nuevo sin detenerme a pensar si lo estoy haciendo bien o mal. Cada página está hecha con una técnica diferente, que fue tal como hice el libro: intuitivamente.
En La voz ciega fue un proceso más complejo. Es un libro que nació de una serie de cinco imágenes que a la vez nació de un encuentro con un perro solitario afuera de una panadería. Tiempo después Horacio de la Rosa y Susana Figueroa del FCE me pidieron que hiciera el libro entero. Así que escribí muchos textos diversos sobre la ceguera y la mirada.
Durante ese periodo una persona muy cercana a mí, estaba sufriendo de la vista y yo estuve dentro del proceso de su enfermedad y recuperación. En ese entonces yo escribía mucho en mi libreta, pero no eran historias solo pensamientos inconexos, donde trataba de explicarme lo que estaba sintiendo. Se parecía mucho a un diario. Era un enredo de emociones que no funcionaba para el formato libro álbum, porque ni siquiera yo lo entendía.
Fue complicado escribir una historia que habla de algo que estaba viviendo, sin contar exactamente lo que pasaba. Lo que hice fue utilizar la incertidumbre que sentía, para empatizar con Emilio, el personaje del libro.
De entre todos esos textos que escribí, lo más difícil fue elegir uno, porque todos me llevaban a libros distintos, pero elegí el más abierto, el que le dejaba más caminos por resolver en la imagen a la Mariana del futuro. Así que cuando tuve el texto final en mis manos, imaginé que me lo había escrito otra persona y que ahora mi objetivo era ser ilustradora, que es el rol que he desempeñado en la mayor parte de mis libros hasta el momento.
Crear las ilustraciones para el libro fue un acto liberador, transformé toda la ansiedad que sentía en tranquilidad a través del color azul. Es una historia que me devuelve la calma.
Disfruté el proceso plástico de experimentar cómo iba desapareciendo la visión del personaje.
¿Cómo se fue gestando “Natura”, (Alboroto Ediciones, 2022) con textos de Maria José Ferrada y el trabajo editorial de Monica Bergna y Cristina Vargas?
El proceso de Natura fue fascinante y alborotado, como normalmente pasa cuando Mónica Bergna y yo trabajamos. Fue un libro que se transformó en el proceso. De inicio, ella tenía la intención de que fuera parte de la colección de libros en braille de Alboroto. Cuando llegué al proyecto, Mónica ya tenía una carpeta muy extensa de investigación con referencias y bocetos. Me encanta que se involucre tanto en los proyectos, porque es una forma de editar muy cercana y sobre todo, colaborativa.
En cada proyecto me gusta sumergirme en el tema por completo. Incluso he imaginado que se me olvida cómo dibujar o cómo es un árbol. Empecé trabajando con la idea de hacer un libro con dibujos en relieve para tocar, así que estuve dibujando con los ojos cerrados mientras tocaba plantas. Durante este proceso de experimentación, siempre utilizo muchísimos papeles para pruebas y aunque me gusta tener reserva de pliegos de papel, una noche me quedé sin más y decidí seguir dibujando en el reverso de un pliego de cartulina.
Cuando estamos haciendo libros, Mónica y yo nos reunimos constantemente para revisar los avances. Esta parte me encanta porque es una parte del proceso muy sincera, donde no temo mostrar los dibujos de prueba, sean buenos o malos, casi siempre en la conversación sale una idea genial y no importa si es diametralmente opuesta a lo que teníamos en mente antes de empezar. Así sucedió con Natura. Yo le estaba hablando a Mónica de las sombras, de cuando eres niño y ves algunos objetos juntos en penumbra, te imaginas que es otra cosa, un monstruo o algo así, cuando en realidad es un perchero con sombreros colgados y cómo este juego sucede de manera similar en la naturaleza: puedes ver unas ramas e imaginar que son las patas de un bicho, aunque en realidad no esté. Le estaba enseñando mis dibujos a través de la pantalla por Zoom, esos dibujos que había hecho en ambos lados de la hoja la noche anterior. Yo tenía una lámpara detrás y ambas vimos cómo se combinaron el dibujo del frente y del reverso.
Entonces iniciamos un diálogo inconexo, casi silábico, porque ambas vamos pensando cosas similares. Decidimos que si el libro se imprimía en papel delgado nos permitiría generar imágenes transparentes que se complementaran y narraran lo que sucede en la naturaleza: puedes mirar un insecto en el primer plano, pero si alejas la mirada, aparece otro animal y al fondo otro, y así hasta donde la agudeza visual lo permita. Incluso puedes mirar una hoja y debajo de ella encontrar una pequeña hormiga.
Fue un proceso que disfruté muchísimo; a partir de entonces revisamos el proyecto en la ventana para mirar cómo se complementaban los dibujos. Decidimos además que sería un libro que no tendría instrucciones de uso, sino que dejamos que los lectores descubran por sí mismos el secreto.
¿Cuéntanos cómo surgió la serie volumétrica “peces y aves” hechas de papel? ¿Crees que esa mirada espacial del diseño industrial te permite –en algunos casos– crear y experimentar desde este plano más tridimensional?
Totalmente. Una de las cosas que más amo es crear objetos. Estudié arquitectura como tronco común en el primer año de la universidad, fue una experiencia compleja. Me costaba mucho trabajo diseñar un edificio: pensar en grandes espacios y planear las instalaciones que nunca podría ver en la realidad, a pesar de modelar las propuestas digitalmente en la computadora.
Llegar al diseño industrial fue refrescante, podía ver exactamente cómo diseñar una silla y analizar cuál era la mejor solución para instalar un tornillo, porque la tenía sobre la mesa de trabajo. O cuando creaba zapatos podía ver exactamente cómo se estiraba el material en la horma, pero sobre todo sentía una gran satisfacción cuando podía probármelos. Esa sensación tridimensional de crear con las manos, palpar los materiales y sobre todo las texturas, me resulta familiar y reconfortante. Tal vez por eso, los mejores recuerdos que atesoro son colores y texturas.
La idea para la serie de los peces surgió durante una de mis caminatas. Me gusta perderme en la ciudad: observar personas, sombras y detalles insólitos, pero sobre todo plantas y árboles. En esa ocasión me pregunté por qué las nervaduras de las hojas se parecen al esqueleto de los peces, a la estructura de las plumas de las aves e incluso a los bronquios pulmonares y las costillas del pecho. Pensé en la proporción áurea y me sentí pequeña. Hice muchos bocetos en mi libreta, hasta que tuve unas ganas enormes de cortar una hojita y transformarla en pez.
Fue una época de abundancia para mí y para mi estudio: mi mesa de trabajo estaba llena de hojas que venían acompañadas de hormigas, catarinas y bichitos. Instalé tendederos de un muro a otro para colgar los peces que iban naciendo. Pero lo mejor de esta experiencia, fue que Ramón y todos los peces de ese proyecto, fueron personajes efímeros, de los que solo queda un recuerdo fotográfico. Ese hecho cerró para mí, el círculo de la belleza: los peces se fueron con la misma naturalidad con la que llegaron.
Participas como docente invitada en el Diplomado en Ilustración y Libro Álbum de la UNAM y también impartes talleres. ¿Cómo ha sido la experiencia de compartir tus conocimientos desde la docencia?
Es una experiencia que valoro mucho. Normalmente soy cambiante y desordenada en mi proceso creativo: voy de una idea a otra y de una libreta a otra. El entusiasmo desbordado me funciona muy bien al inicio de los proyectos, pero es complicado mantenerme en esta frecuencia frenética durante 6 o 12 meses, que es lo que normalmente tardo en acabar un libro. Sin embargo, cuando preparo mis clases y necesito ayudar a otros a encontrarse en su proceso creativo, necesito ordenar mis ideas, ser más metódica y clara. Lo curioso de esta situación es que ayudando a mis alumnos, en realidad me ayudo a mí misma. Creo que ésta ha sido una de las razones por las que mi trabajo ha crecido tanto durante los últimos siete años. Soy muy afortunada de poder dar clases, le agradezco tanto a mi gran maestro Gerardo Suzán, que fue quien vio en mí la capacidad de enseñar a otros y me invitó a dar clases en los diplomados.
En el caso de los talleres la experiencia es similar pero más libre. Pienso que dar y tomar un taller es una situación juguetona, es como preparar una fiesta donde invitas a algunos amigos y planeas juegos de dibujo para pasarlo bien juntos.
La experiencia de estar al frente de grupos de niños y dibujar con ellos, se ha convertido en la columna vertebral de mi personalidad como docente. Me gusta tratar a los adultos como si fueran niños y viceversa. Para mí es importante que en mis clases, los adultos se sientan libres para volver a jugar, atreverse a dibujar y a volver a pensar cosas con más curiosidad, como cuando eran pequeños. Y a su vez, que los niños sientan que me interesa escucharlos porque lo que saben es muy valioso.
Es por esa razón que si me dieran a elegir, entre dar talleres a niños o adultos, me quedo con los niños: aprendo más de lo que intento enseñarles, me voy a casa siempre con un montón de ideas para transformarlas en proyectos. Algunos se quedan anotados en la libreta y no llegan a ser un libro, pero yo me quedo cargada de energía.
¿Cómo fue el proceso detrás de las ilustraciones del libro “Nadadores” (Alboroto, 2021) –seleccionado en el BRAW Amazing Bookshelf– en la reciente Feria de Bologna 2023?
Nadadores fue un libro que marcó mi entrada en Alboroto Ediciones. Me cambió la manera de pensar que yo tenía sobre cómo se hace un libro. Hice cinco ilustraciones en serie para participar en el concurso de la Feria del Libro de Sharjah en los Emiratos Árabes Unidos y antes de enviarlas por correo sentí un impulso intuitivo de mostrarlas a Mónica. Le gustaron muchísimo y me preguntó
–¿Hacemos un libro? Así, las ilustraciones atravesaron el mundo al mismo tiempo hacia oriente y hacia la bandeja de correo de María José Ferrada que vive en Chile. Ella es una gran poeta y yo me devoro todo lo que escribe. A partir de estas imágenes Maria José escribió un cuento impresionante. En cuanto acabé de leerlo entendí la historia que yo había dibujado, pero que aún no tenía un final ni la música que ella agregó con palabras, fue como jugar con una caja en donde agregamos pequeños objetos que eran pistas para que la otra continuara construyendo la historia.
La creación de las ilustraciones subsecuentes fue un proceso pandémico, que Mónica y yo vivimos hombro a hombro, como siempre hacemos, pero a través de una pantalla.
Una de las cosas fundamentales que aprendí en este libro fue a disfrutar los colores intensos y limpios, el gran espacio blanco que invade las páginas como si fuera el agua. Trabajamos mucho en el proceso de retoque digital de las ilustraciones que hice con la técnica de collage.
Las tintas directas nos dieron el efecto que se genera con los colores debajo del agua azul, los amarillos y los rojos se vuelven muy intensos casi fosforescentes.
El círculo de la celebración de este libro se cerró cuando en 2021 me invitaron a crear la imagen de la exposición de ilustraciones de la Feria del Libro en Sharjah. Los nadadores se imprimieron en gran formato sobre un stand circular que albergaba la obra de 338 talentosos colegas de diferentes países.
Fuiste una de las treinta ganadores de la exposición “Italian excellence illustrations for Italo Calvino” con tus ilustraciones basadas en el cuento “La parada equivocada” del libro Marcovaldo, de Italo Calvino, ¿Qué palabra o concepto definiría tu reciente participación en la Bologna Children’s Book Fair?
Las palabras que definen a estos dibujos son: caballete, disfrute y cine. Porque nacieron con total gozo y libertad, sobre un caballete de madera que desde hace mucho tiempo quería tener. Dibujar en vertical tiene un efecto completamente diferente, la actitud de los trazos cambia.
Elegí la palabra cine porque es una actividad que me encanta. Admiro cómo se hace, intento aprender encuadres de los grandes directores, colecciono películas, me gusta comentar recién salgo de la sala y sobre todo seguir viendo en mi cabeza las escenas que más me sorprendieron al paso de los días. Siento que es un arte infinito, espero que me alcance la vida para ver lo que no he visto y lo que están creando en este momento.
Creo que es un lugar mágico y por eso elegí el cuento de La parada equivocada. Habla de la emoción de seguir viendo la película fuera de la pantalla. Utilicé un recuadro que simboliza la pantalla y jugué intercambiando las dos realidades básicas en el cine: el que mira y el que es mirado.
Vemos que cada proyecto lo abordas desde diferentes técnicas, ¿Cuál de todas ellas es la que más te acomoda para experimentar los distintos niveles plásticos?
La técnica mixta, porque incluye todas las posibilidades. En algún momento mi técnica fue el collage y también el carboncillo, pero cada vez que he celebrado con una bandera una técnica definitiva, en realidad me meto en una jaula. Por eso ahora prefiero quedarme con el nombre mixta, que es la más libre y que incluye, espero, algún material que aún no conozco.
La experimentación siempre me emociona. Creo que esto viene de familia, mi papá es el gran inventor en mi archivo mental. Siempre tiene una nueva forma de reciclar materiales para crear herramientas para dibujar, desde construir pinceles extraños hasta incorporar sustancias a la pintura para generar texturas diversas. Me contagia de emoción, entonces creo es debido a él, que relaciono mucho el entusiasmo de dibujar con encontrar una forma diferente de hacerlo.
Para mí es más importante lo que necesita el libro que imponer mi técnica o mi ego. Cada técnica comunica sensaciones distintas. Crean ambientes que no funcionan igual para todas las historias. Me aburre intentar crear ilustraciones con la misma técnica que el libro anterior, porque siento que sigo en la misma historia y esto me genera confusión mental. Es por eso que siempre intento buscar una voz para cada proyecto y normalmente es la parte más larga del proceso, la que más me asusta porque me olvido de todo lo anterior, es como si volviera a aprender a dibujar cada vez, aunque la experiencia previa me hace recorrer este camino a pasos grandes y rápidos en los que voy recordando.
Me gusta no saber qué voy a obtener al final del proceso del libro, porque me mantiene a la expectativa de lo que sucede en mi mesa de trabajo. Es una experiencia que tiene el mismo porcentaje de gozo que de miedo: lo disfruto en la misma cantidad que lo sufro.
Cuando veo mis libros juntos a la distancia, es cuando encuentro similitudes entre ellos. Cada uno tiene una parte de mí y de lo que sentía en ese momento.
¿Qué libros recomendarías si piensas en otoño, primavera, poesía, tierra y luna?
Otoño: Gramática del arte de J.J. Beljon (Celeste, 1993). Un libro maravilloso para leer imágenes y textos poéticos sobre el diseño, el arte, la arquitectura, las sombras, el cine y cualquier expresión creativa. Se puede leer en otoño y en invierno, en cualquier temporada. Recomiendo nunca terminar de leerlo. Es mi libro de amor permanente a las texturas.
Primavera: Por siempre los poemas de Emily Dickinson, porque hay insectos, sonidos de plantas y euforia de la naturaleza. Incluso pienso en el Herbario de Emily Dickinson (Herbario y Antología Botánica, Ed.Lo Dijo Casimiro Parker, 2020): un tesoro olvidado de la intersección de ciencia y poesía, que está disponible en línea en el archivo de la Biblioteca de la Universidad de Harvard.
Poesía: El libro del desasosiego de Fernando Pessoa, por sus colores azules y las fotografías de la ciudad. (No, no existe la versión ilustrada aún, pero es lo que veo mientras leo). También los poemas de Alberto Caeiro, mi heterónimo favorito, porque lo siento como el Pessoa niño.
Tierra: Matilde y la enredadera de Wilson Gage. Uno de mis libros favoritos cuando era niña, es la historia de una planta mágica.
Luna: La cocina de noche de Maurice Sendak, por el juego de proporciones al que me gustaba jugar, se puede ser tan pequeño para nadar dentro de una botella de leche o tan grande para ir a la Vía Láctea y volver en un segundo. Y también recomiendo En la noche oscura, una oda al libro experimental, del gran maestro de diseño y juego, Bruno Munari.
¿Tienes alguna novedad o próximos proyectos que quieras compartir con nuestros
lectores/as?
Soy muy mala para contar secretos antes de tiempo, pero lo que sí les puedo decir es que viene un libro muy especial sobre la tristeza y peces. También otro sobre hablar por teléfono.
Este año seguramente saldrá un libro muy divertido de desinformación y medicina fantástica en Alboroto ediciones y otro sobre lenguaje de señas.
Por último, nosotras entendemos lo diverso como todo aquello que nos parece distinto a nuestra realidad y entorno. ¿Cómo lo entiendes tú?
Yo entiendo a la diversidad no como una realidad distinta, sino como algo que vive dentro de nosotros. Es la posibilidad de transformación, en todos los niveles. En este momento puedo dibujar una historia sobre un pequeño que pierde a alguien que quiere mucho y eso es ajeno a mi realidad actual porque no me está sucediendo, pero aunque no quiera, eso puede pasarme mañana. Para mí es la mejor manera de ser empática con otras realidades.
Soy afortunada de vivir en un entorno diverso, en un país que tiene muchos países dentro. Porque así es México, abundante en colores, formas, personas, ciudades y Méxicos. Es un lugar que cambia de un paso a otro, pero sobre todo, es un lugar de contrastes.
El contraste es lo que nos hace nombrar al mundo. Sabemos que algo está frío porque existe el calor. Sentimos que el color rojo es más rojo si está junto al verde. Pensar en contraste es aceptar el cambio y la transformación. Actualmente me gusta mucho contar historias a través de dibujos pero tal vez en unos años, decida que prefiero hacer canciones. Y cambiar está bien, es humano.
Conoce más de su trabajo aquí: www.mariana-alcantara.com
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