#CONOZCAMOS A MARTA COMÍN
Marta Comín (Santander, 1982) es ilustradora, diseñadora y autora. Su amor por las palabras y su formación en Diseño Industrial y Bellas Artes la llevaron a descubrir el libro álbum y la ilustración, un medio que le permite mirar el mundo con atención y explorar todas las posibilidades que le otorga el papel.
Sus libros para primeros lectores han sido publicados en España por A Buen Paso, Combel y Zahorí Books; y traducidos en Francia (L’Agrume, Les Grandes Personnes, Bayard, Albin Michel Jeunesse, Saltimbanque), Italia (Fatatrac, Gallucci), Portugal (Orfeu Negro), Estados Unidos (Source Books), China y Corea.
Entrevista: @Urdimbrediciones
Imágenes: @martacomin.hello
Imágenes referencias: links ref. webs / @Editoriales
¿Existe algún hecho concreto que haya influido en tu decisión de estudiar ilustración en Bellas Artes? ¿Y cómo llegas a la publicación de tu primer libro?
Bueno, yo no estudié ilustración en Bellas Artes. Estudié Bellas Artes después de haber estudiado lo que en aquella época era una ingeniería técnica en diseño industrial y después de haber trabajado haciendo diseño gráfico entre otras cosas. Cuando me matriculé en Bellas Artes quería aprender de todo: del dibujo, la pintura y la escultura especialmente. Y fue en los últimos cursos que descubrí el mundo de la ilustración y el libro álbum y terminé tomando ese camino.
Mi primer libro, que no está en circulación, lo publicó la Universitat Politècnica de València en 2016. Con ese libro en la mano y otro en proyecto, que era Suben y Bajan, me fui a la Feria de Bolonia en 2017. Allí tuve la suerte de conocer a Arianna Squilloni de A buen paso. Charlamos, le gustó la idea, y unas semanas después empezamos a trabajarlo.
Si tuvieses que ejercitar la memoria y volver a los días de cuando eras pequeña ¿Qué historias o escenas aparecen? ¿Quién te las contaba? ¿Crees que esos relatos hayan sido determinantes en la relación que mantienes hoy con los libros y la lectura?
Nací y crecí en Santander, que es una ciudad relativamente pequeña en el norte de España, y en mis recuerdos de infancia están muy presentes el mar, la lluvia, el bosque y las montañas. Pasaba mucho tiempo al aire libre y si me paro a pensar, las primeras narraciones, como a muchos otros niños, me llegaron en forma de canciones. Canciones de palmas, canciones para saltar a la comba o jugar a la goma, canciones para animar un corro o para hacer una excursión más llevadera. Luego vinieron las lecturas: recopilaciones de cuentos clásicos, las colecciones completas que mi padre tenía de Tintín y Astérix, Los 5 de Enid Blyton o la maravillosa saga de El pequeño vampiro de Angela Sommer-Bodenburg. El recuerdo de todas estas lecturas se entremezcla a su vez con las historias de los dibujos que veía en la tele: Muzzy (al cual adoro), David el Gnomo, La aldea del arce, o aquella lección de vida y anatomía tan genial que era La vida es así. Más adelante fue el turno de las lecturas de El barco de vapor, que en mi casa ocupaban varias estanterías, pero no recuerdo ninguna en concreto. Lo que sí recuerdo es uno de mis libros favoritos: «Cuentos en verso para niños perversos» de Roald Dahl, que fue una bocanada de aire fresco porque en aquel entonces yo nunca había leído un libro tan gamberro. Muchos otros relatos me llegaron en forma de videojuego, como el Monkey Island, o de forma audiovisual. Tienen mucho peso en mi memoria las primeras películas de Disney, El Mago de Oz, la trilogía de La guerra de las galaxias, ET, Tiburón, El oso, Cuenta conmigo, Willow o Hook.
Sobre quién me contaba cuentos, la verdad es que no tengo ningún recuerdo. Sé que empecé a leer sola muy pronto, a lo mejor eso explica mi falta de memoria. Espero que mi madre no llore al leer esto jaja, seguro que me los contaba con mucho amor y muchas ganas.
En cuanto a si aquellas historias fueron determinantes en mi relación actual con los libros y la lectura, pienso que no me han influido directamente, pero sí me crearon un hábito lector y un gusto y una necesidad por las historias y por ese tiempo expandido, diferente al cotidiano, que te da la lectura y el juego.
¿Existen otras disciplinas artísticas que nutran tus procesos creativos? ¿Y quiénes conforman hoy tu marco de referencia?
Supongo que leer y escribir es lo que más nutre mi actividad. Me gusta tomar apuntes en forma de pequeñas crónicas. Me ayuda a ordenar el pensamiento, a observar y encontrar relaciones inesperadas. La música también es importante en mis procesos, aunque de una forma pasiva porque no la practico. Y bailar, que lo hago muy mal, pero con muchas ganas, me divierte y me mantiene feliz. Trato de moverme lo más a menudo que puedo.
En mi marco de referencia han estado muy presentes el diseño gráfico y la obra de aquellos que han experimentado con el formato libro, en la línea de Munari y Enzo Mari, como son Lucie Félix, Annette Tamarkin, Katsumi Komagata o, aquí en España, Milimbo. Me atrae muchísimo la síntesis, el silencio, los juegos formales, las relaciones de pequeños conceptos y la musicalidad en la lectura. Libros como Lola, Comme deux gouttes, Pipeau o Fourmi de Olivier Douzou, o Le Magicien de Vincent Pianina me maravillan por esa combinación de simplicidad y complejidad disfrazada de juego. También libros como Ou est Petit-Tigre? de P. Biswas y A. Ravishankar o Toto veut la pomme de Mathieu Lavoie son para mí grandes referentes por el ritmo delicioso de la narración, la ternura, el humor entrañable y la fuerza de lo inesperado. Y también me declaro fan absoluta de los libros de Dick Bruna. Y si sigo, llenaría varias páginas. Supongo que todo esto crea un caldo nutricio sobre el que voy aprendiendo y construyendo mis propios pasos.
¿Cómo dialogas con la hoja en blanco? ¿Utilizas pequeños formatos –mini bitácoras– en donde registras todo aquello que suscita interés en tu cotidiano, incluso aquellas pruebas de forma y calado en papel?
Bueno, mi hoja en blanco dura poco en blanco. En seguida se llena de palabras que me ayudan a trazar un mapa conceptual y me acercan a un imaginario. Este es el primer paso. Después siempre reviso esas pequeñas bitácoras que comentas. Esa carpeta llena de pruebas y notas, algunas físicas y otras digitales, que quedaron a la espera de encontrar su momento.
Una parte importante de mi proceso transcurre en pantalla. Esto me permite probar muchas opciones, como un puzle en el que voy creando y componiendo las piezas a la medida de mis necesidades, sin perder la visión del libro en su conjunto. Cuando llego a algo interesante lo vuelco al papel y entonces pruebo. El papel siempre te corrige y te enfrenta a cuestiones que no habías contemplado. Es por eso que siempre hago varias maquetas físicas de mis proyectos. En el caso de Bienvenida, publicado este año por A Buen Paso, llegué a hacer unas 30 antes de llegar a la forma final.
¿Cómo construyes tus historias teniendo el juego, la curiosidad y la interacción como parte de tus propuestas?
Cada libro tiene su proceso. Puedo poner de ejemplo Bienvenida que es un libro que publicaron A Buen Paso y Les Grandes Personnes este pasado mes de febrero. En Bienvenida partí de una idea clara, que era hacer un libro que diera la bienvenida a un bebé. Esto me llevó a pensar en el momento en que un niño es alumbrado: cómo su cuerpo abandona el interior acuoso y entra en contacto con la luz y el aire por primera vez. Cómo la madre lo recibe y lo descubre, desplegando sus manos, sus dedos, sus ojos. Y en ese cuerpo «virgen», vacío de toda experiencia, de toda mancha o cicatriz, ciego, blando y suave, que es rápidamente nombrado con cariño: pollito, ranita, muñeco. Cuento todo esto porque es lo que me ayudó a crear un mapa del que partir. Desde aquí, me quedo con la idea de nacer como abrirse al mundo, a la luz, y empiezo a componer una serie de animales que permanecen ocultos, plegados, hasta que la mano del lector los descubre en un «¡Cu, cu!». Trabajo con figuras blancas y un papel algodonoso, que conceptualmente me sitúa en esa vida recién estrenada. Todos los animales nacen de una forma cuadrada, que es la propia página, y compongo sus cuerpos sin alejarme de la geometría elemental. Y me encuentro con que hay algo muy interesante en ese juego, un juego que remite a los puzles y los juegos modulares como el tangram, juegos muy vinculados a la primera infancia. Después descubro que, aunque la luz y la sombra que proyectan los cortes y los pliegues de la hoja son suficientes para trazar cada animal, un toque de color ayuda a su lectura en algunos casos. Esto me lleva a añadir algunas notas de color. En paralelo fui escribiendo el texto, que debía mantenerse en la misma sencillez que el resto del libro. Es un texto que va nombrando con dulzura los animales, invitando a descubrirlos, y que por su métrica y rima añade una lectura musical. Y así se construyó Bienvenida. Haciendo un montón de maquetas y probando muchos tamaños y formatos hasta hallar el más adecuado. El resultado, para mí, es un libro emocionante con un tiempo de lectura muy especial.
El troquel, ya sea mediante una ventana que se abre o un plano que se abate; considera al soporte y su materialidad del “libro-objeto” como parte importante dentro de la experiencia lectora. ¿De dónde nace tu interés por este tipo de recursos? ¿Cómo defines los criterios de esta “ingeniería” con la que trabajas tus libros?
Supongo que en primer lugar nace de mi disfrute de este tipo de libros, me encantan. Y en segundo de mi capacidad para abordarlos, porque te tiene que gustar la parte técnica que conllevan, o por lo menos no sufrirla. Preparar planos para imprenta, aunque sean sencillos, puede ser un poco tedioso porque requiere ser muy ordenado y poner una atención milimétrica. En mi caso no me llevo mal con esta parte. Tengo mi lado cuadriculado.
Mis criterios a la hora de trabajar la ingeniería, serían que los elementos sean atractivos y fáciles de manipular, que inviten a ser tocados, que el juego que planteen sea interesante y sorprendente tanto para mí como para un niño (esto me resulta importantísimo), y lograr hacerlo con la mayor sencillez formal posible. Y por último, que la ingeniería esté en armonía con la historia.
Tus libros encantan tanto a pequeños como a grandes. Algunas relaciones como lo vacío y lleno; el lenguaje –onomatopeyas, repeticiones– y el uso de colores que caracterizan a los libros para la primera infancia, los hacen totalmente recomendables. ¿Te ha tocado presenciar cómo las y los pequeños lectores manipulan, por ejemplo, los mecanismos de papel en “¿Quién se comió las fresas?” (Combel, 2020)?
Sí, y este libro que mencionas he comprobado que les encanta. Cuando la página se desliza y las bocas de los animales se abren por sorpresa, los lectores se queden boquiabiertos, tiene un efecto espejo digamos. Los niños además disfrutan comprobando una y otra vez qué es lo que hay dentro de cada boca, nombrando cada animal y cada elemento. Y cada vez se sorprenden, como si los animales estuviesen vivos, es muy tierno. El otro día me decía un hombre en Barcelona que en la biblioteca donde trabaja lo usan tanto que cada lunes lo tienen que reparar. La imagen de un libro destrozado y remendado con celos una y otra vez, como autora, tengo que decir que me reconforta muchísimo.
En tu libro “Suben y bajan” (A Buen Paso, 2017) trabajaste la dualidad enfrentando una página simple con otra, mediante la división del pliegue, haciendo énfasis en la asociación de las nociones espaciales de arriba y abajo. ¿Cuál consideras el elemento clave para equilibrar los aspectos entre concepto, forma y la narración en un libro álbum?
¿Hay un elemento clave? Con mis libros es algo a lo que le tomo el pulso de manera bastante intuitiva. Quizás se trata de eso, del pulso de la lectura, del pulso como ritmo, como un pálpito. Porque las lecturas se respiran y se transitan. Cuando leo un libro sé si ha mantenido mi interés hasta el final o no. Si se me ha hecho demasiado largo o demasiado corto, si algún elemento me ha sacado fuera. Si me han maravillado las imágenes, pero lo que me ha contado me ha dejado indiferente. O al contrario, si unas ilustraciones que en principio no me atraían demasiado, tras la lectura han brillado y cobrado todo su sentido poniendo a prueba mis prejuicios. Es difícil llegar al equilibrio entre idea, palabra e imagen, y siento una admiración enorme y muchísimo gozo cuando me topo con una lectura en la que todo hace clac: una lectura redonda que te deja el cuerpo caliente y la sonrisa dibujada. En mi caso, si mis libros lo logran o no, creo que deberían decirlo los demás, no yo.
¿Podrías contarnos del proceso creativo detrás del libro “Abracadabra” (Combel, 2019)? ¿Y cómo lograste encontrar el equilibrio entre geometría y diseño para crear un libro de estas características?
Abracadabra nació a raíz de leer un libro de Lucie Félix que se llama Después, y que cuenta cómo una niña encuentra un petirrojo junto a un manzano y le hace una casita de madera para que pase el invierno. Yo no sé nada de petirrojos y nunca le he hecho una casita a un pájaro; es algo muy alejado de mi infancia y de mi mundo, pero quedé absolutamente fascinada con los juegos de troquel que planteaba, fascinada como quien ve un truco de magia, y Abracadabra es totalmente un homenaje a este libro y esta autora. Quedé tan fascinada que no entendía por qué no había más libros como ese en las librerías y me pareció un reto muy estimulante plantearlo.
La magia tiene un imaginario muy rico: las cartas, los dados, el sombrero, el conejo, la barita, el maletín, el pañuelo. Objetos sencillos pero misteriosos que aparecen y desaparecen, que se ordenan, se anudan, que pueden transformarse o salir volando en forma de paloma. Cuando puse todos estos elementos sobre la mesa, el universo estaba prácticamente creado. Después sólo tuve que sintetizar al máximo para empezar a jugar. Aquí mi formación en diseño y mi amor por los patrones y las retículas jugaron a mi favor. Estaba en mi salsa.
La cuestión del maletín y el abuelo, que le habla a Daniel, su nieto, estuvo desde el principio. Me parecía muy bonita esa idea del legado, de la transferencia de poderes del experto al aprendiz. La narración se fue construyendo poco a poco, a medida que los juegos aparecían y encontraban su lugar en la historia. Traté de mantener la conversación entre ambos en un código cercano y directo y lo más ágil posible, para que voz y trucos caminaran a la par en tiempo y ritmo.
Por último, la cubierta, que es un maletín, es lo último que diseñé. Fue de esas ideas que cuando las tienes sabes que es esa, que no hay otra opción. Abracadabra es un maletín de magia cargado de trucos y toda la historia gira en torno a este objeto colorado.
Añadir que este pasado octubre publiqué El Pícnic (2021), que forma colección con Abracadabra (2019). Habla de una niña que sale al campo con su cesto a recoger alimentos para preparar un rico almuerzo, con la ayuda de sus padres. A diferencia de Abracadabra, el texto toma forma de canción rimada y cargada de onomatopeyas que acompañan el paseo saltarín de la pequeña. El formato es cuadrado y el imaginario es más orgánico que en Abracadabra, pues está muy ligado a mi proximidad a la cultura de l’Horta, en Valencia.
En “Diez gusanitos duermen” (A buen paso, 2019) incorporas cuatro tarjetas troqueladas que invita al juego y la exploración, incluso luego de ser cerrado el libro ¿Cómo pensaste en la posibilidad de extender la lectura de este libro a través de la relación formal entre los dedos y los gusanitos?
Esa relación siempre estuvo, de ahí que fueran 10 gusanitos, y no 8 ni 12. Las tarjetas eran una manera de decir eh, lector, que tú también tienes diez gusanitos. Jugar con los dedos de la mano, caracterizándolos, es un clásico de la infancia. Los juegos de manos son el primer teatro del bebé, les ayuda a tomar noción de su propio cuerpo de manera lúdica y favorecen la confianza y el vínculo.
¿Qué libros recomendarías al pensar en las siguientes formas geométricas y colores: Triángulo, Estrella, Semicírculo, Azul, Magenta y Turquesa?
Triángulo: «Round, Square, Triangle» de Dick Bruna (Tate Publishing, 2012) y «We love each other» de Yusuke Yonezu (minieditionUS, 2013). Los triángulos también me llevan a pensar en el tejado de las casas, y un libro que me gusta mucho es «A casa que voou» de Davide Cali y Catarina Sobral (Bruaá, 2015).
Estrella: «Dos ojos» de Lucie Félix (Libros del Zorro Rojo, 2014). Y «Pacu Pacu» de Katsumi Komagata (Les Grandes Personnes, 2021).
Semicírculo: «Round and round and square» de Fredun Shapur (Tate Publishing, 2016) y «Rainbow baby» de Yeonju Yang y Claudio Ripol (Owl & Dog Playbooks, 2021). Y pensando en las orejas de un elefante diré dos propios: «Bienvenida» (A buen paso, 2021) y «Besos» (Zahorí Books, 2021).
Azul: «Blue to blue»de Katsumi Komagata (One Stroke, 1994), «La cinta» de Adrien Parlange (Kókinos, 2017) y «Lola» de Olivier Douzou (Editions du Rouergue, 2013).
Magenta: «Oaxaca, libro de sueños» de Roger Omar (Media Vaca, 2015) y «La gota moja a la gata maja» de Olga Capdevila (A buen paso, 2016).
Turquesa: este color lo tengo un poco atravesado y ahora mismo no me viene nada a la cabeza. Si miro a la estantería que tengo aquí delante, diré «Mana» de Joana Estrela (Planeta Tangerina, 2016). Y si el color turquesa me lleva a pensar en un mar verdoso, entonces sin duda diré «Emilio», de Tomi Ungerer (Kalandraka, 2016).
¿Qué autor de libro infantil y/o juvenil no puede faltar en nuestras bibliotecas y por qué?
Son muchos, elegir a uno solo sería difícil e injusto. Diré a Edward Lear y sus Nonsense, porque el humor absurdo y el juego del lenguaje no deberían faltar en ninguna biblioteca. Diré también la colección de libros de Bruno Munari que Niño Editor publicó en castellano, porque en ellos el texto, la imagen y el juego se dan la mano de una manera muy bella, ingeniosa y sorprendente. Y mencionaré a Kitty Crowther, porqueadmiro su libertad para crear universos alucinantes, fuera de toda convención. Y a Lucie Félix, porque sus libros para la primera infancia son fruto de una investigación audaz y apasionada y tratan a los más pequeños como los seres inteligentes y curiosos que son.
¿Tienes alguna novedad o próximos proyectos que quieras compartir con nuestros lectores/as?
Este año he publicado Bienvenida con A Buen Paso. Con la misma editora estos meses estoy trabajando en un proyecto para el año que viene. Un libro en el que me desprendo totalmente de los mecanismos del papel para jugar únicamente con el lenguaje, el humor y la imagen impresa.
Con Combel he publicado: Flip, flap ¡DISFRAZ!, El Pícnic y Mi arbolito de Navidad, y en febrero saldrá ¡Qué miedo!, mi primer libro de terror (terrorcito) para bebés.
Y con Zahorí Books ha salido Besos, un libro juguetón para bebés que invita a dar muchos besos.
Por último, nosotras entendemos lo diverso como todo aquello que nos parece distinto a nuestra realidad y entorno. ¿Cómo lo entiendes tú?
Pues nunca se me había ocurrido relacionar lo diverso con una cuestión subjetiva. Sin duda existen tantas realidades como puntos de vista hay, pero entiendo que la vida es diversa a todos los niveles, incluso dentro de tu «propia» realidad y entorno. La vida es diversa por definición, a todas sus escalas, y tiene que ver con la materialización de una u otra posibilidad en un mundo plagado de posibilidades.
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